I
Ser cisne, horadar el lago
con patas como sierras
las alas en alto.
No ver más allá de lo
inmenso
de un oleaje calmo.
Poca gente en las rocas,
tomando el sol
apaciguándose.
Ser lago, sostén de pechos
con plumas, de muelle
rozar la roca
rasante del paisaje.
Ser todo, llenar la vista
mirar
estando en cada lado.
II
Hay una aldea de nubes
sobre el lago
se pierde en lo profundo
cuanto más intento alcanzarla.
Un palacio espumoso
algodonado
con torres que simulan
unirse cielo y agua.
Habitan truchas hambrientas
el reflejo moviente
moscas que zumban, tábanos
gritos de pájaros que no veo.
Hipnótica me vuelvo
al agua dulce
al son del nado.
III
Tienta
el agua arrugando el fondo
de arena y musgo,
caminamos hasta las grutas
bordeando riscos, la arcilla
pega sus partes a la suela
—llovió y cuesta
andar el tramo
entre las vides.
Acá el aire se respira
como vez primera:
baja en espiral por dentro
redime el cuerpo
ya no escucho
el ruido opaco de esa ciudad.
Solo es el agua
solo es estar.
IV
Verde que te quiero verde.
Verde viento. Verdes ramas
—y rojo, marrón, azul turquesa,
un mojón acá nomás, los cisnes
de blancos, tan verdes.
Vos te sentás sobre las rocas,
lagartijas verdes que se escapan,
mirás las bardas lejanas y eso que se va,
hermana mía, te prometo
va a volver
hoy te crecieron alas.
Que te quiero, pequeña,
verde amor, verdes ansias
un camino abierto entre las espinadas plantas
el agua que gorjea a tu paso, hermana
ya lo sé
hoy no alcanzan los abrazos
pero la naturaleza sabia
te dona verde más verde
y todo el mañana.
V
Primera luz
de la mañana
oigo las
voces, contrapunto en la cocina,
las
rebanadas de pan van al horno
y en la mesa
pesan dulces y manteca.
Por la
ventana un azul dorado
invita a
errar entre las piedras
todo el
costado
musgoso del
lago.
Llegamos
cuando niñas
de la tierra
más austral, del fuego
más lejano.
Las flores
se abrieron
antes de las
manzanas, de los duraznos
y este paseo
por los cerros
colorados
atrae la
memoria de ese hogar nuevo
ya tan
nuestro.
La edad no
importa en este viaje
te sigo como
tantas veces,
me guía tu
rastro. Donde hay espinas
ponés
cuidado —no me olvido de
que me
cargaste hasta casa
con un pie
atravesado por los alpatacos.
En la saliente
más roja nos sentamos
las gemelas
que no somos
entregan su
reflejo
al agua, al
presente ileso,
hombro con
hombro
nos
quedamos.
VI
La tierra
partida reseca
se levanta
como corteza vieja —la tierra
también
cambia de piel.
Los lados
desprendiéndose ahí
donde me
gusta pisarlos
y que su cruuckk se haga polvo, los lados
que me
devuelven
a las calles
sin asfalto, las cunetas
al barro cubierto
de hielo y los patines,
cuchilla que
se debe manejar con cuidado.
La tierra
partida bajo el sol
se levanta
como recuerdo —esta mañana
la tierra
también cambia de piel.