jueves, 12 de noviembre de 2015

Serie Menuco


I

Ser cisne, horadar el lago
con patas como sierras

las alas en alto.
No ver más allá de lo
             inmenso
de un oleaje calmo.

Poca gente en las rocas,
tomando el sol
apaciguándose.


Ser lago, sostén de pechos
con plumas, de muelle

rozar la roca
rasante del paisaje.
Ser todo, llenar la vista
mirar 
estando en cada lado.



II

Hay una aldea de nubes
sobre el lago

se pierde en lo profundo
cuanto más intento alcanzarla. 
Un palacio espumoso
algodonado
con torres que simulan
unirse cielo y agua.
Habitan truchas hambrientas 
el reflejo moviente
moscas que zumban, tábanos
gritos de pájaros que no veo.
Hipnótica me vuelvo

al agua dulce
al son del nado.



III

Tienta
el agua arrugando el fondo

de arena y musgo,
caminamos hasta las grutas
bordeando riscos, la arcilla
pega sus partes a la suela
—llovió y cuesta
andar el tramo 
entre las vides.
Acá el aire se respira 
como vez primera:
baja en espiral por dentro
redime el cuerpo

ya no escucho 
el ruido opaco de esa ciudad.

Solo es el agua
solo es estar.


IV


Verde que te quiero verde.

Verde viento. Verdes ramas
—y rojo, marrón, azul turquesa,
un mojón acá nomás, los cisnes 
de blancos, tan verdes.

Vos te sentás sobre las rocas,
lagartijas verdes que se escapan,
mirás las bardas lejanas y eso que se va,

hermana mía, te prometo 
va a volver
hoy te crecieron alas.



Que te quiero, pequeña,
verde amor, verdes ansias

un camino abierto entre las espinadas plantas
el agua que gorjea a tu paso, hermana


ya lo sé
hoy no alcanzan los abrazos

pero la naturaleza sabia
te dona verde más verde
y todo el mañana.



V

Primera luz de la mañana
oigo las voces, contrapunto en la cocina,
las rebanadas de pan van al horno
y en la mesa pesan dulces y manteca.
Por la ventana un azul dorado
invita a errar entre las piedras
todo el costado
musgoso del lago.

Llegamos cuando niñas
de la tierra más austral, del fuego
más lejano.
Las flores se abrieron
antes de las manzanas, de los duraznos
y este paseo por los cerros
colorados
atrae la memoria de ese hogar nuevo
ya tan nuestro.
La edad no importa en este viaje
te sigo como tantas veces,
me guía tu rastro. Donde hay espinas
ponés cuidado —no me olvido de
que me cargaste hasta casa
con un pie atravesado por los alpatacos.

En la saliente más roja nos sentamos
las gemelas que no somos
entregan su reflejo
al agua, al presente ileso,
hombro con hombro
nos quedamos.


VI

La tierra partida reseca
se levanta como corteza vieja —la tierra
también cambia de piel.
Los lados desprendiéndose ahí
donde me gusta pisarlos
y que su cruuckk se haga polvo, los lados
que me devuelven
a las calles sin asfalto, las cunetas
al barro cubierto de hielo y los patines,
cuchilla que se debe manejar con cuidado.
La tierra partida bajo el sol
se levanta como recuerdo —esta mañana
la tierra también cambia de piel.







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