sábado, 31 de agosto de 2013

H. XXI

(21)

La verdad rasga las telas de Camila.
Esto de la costura no es para ella.
Detrás del vidrio se ve la lluvia,
bajo la lluvia, el mundo,
la tierra viva.
Camila suelta los hilos y sale a la calle.
El agua también cae sobre ella
que deja
sobre otras bolsas en la vereda
un vestido a medio coser que no le entra.

Sola

Hoy no quiero escucharte
—nada de sonidos para mí.
Dejame en el silencio
en el que puedo hundirme como en la oscuridad,
dejame sola.

Hoy no quiero sentirte
—no me toques, no me mires.
Dejame en este enjambre de recuerdos
en el vacío
llena de viento que me enturbia y que me limpia
llena de arena, llena de ripio.

martes, 6 de agosto de 2013

Narrar no es lo mío

No sé 
por qué fuerzo 
el equilibrio
de esta prosa que esforzada
se me escapa,
que no puedo contar como en los versos
las cosas que mi mente sola abarca.

Que no puedo me digo 
y lo repito:
no es lo mismo narrarte este mosaico
de hielo y piedra
de engendrado rencor
tan solitario, 
que plasmártelo asonante en una rima
                                                                 la suelto y


salto

con todos los tonos de las sílabas
y todo el sabor de lo que trago.

Se me quedan las palabras
enredadas
en los diálogos que suenan tan vacíos
y los hechos
los rostros
los detalles
en la descripción se pierden que es un fiasco.

No funciona mi virtud sin la poesía.

H. XX

(20)

Pri, de primero,
con P de poder,
con P de pasión,
con P de pelear,
de parir, de prestar, de pedir, de pensar, de pintar, de pulir, de podrir, de palear, de punto
final.

domingo, 4 de agosto de 2013

Pacul

Cada vez que se muere es como la primera vez, igual de aterradora, igual de desesperante, igual de mortal. El instinto le indica todas las veces lo que tiene que hacer, pero sus esfuerzos no son suficientes, tiene que morir.
Las imágenes de la primera muerte son confusas, discontinuas y tienen música. El comienzo está en el garaje de la casa de sus abuelos. El cuadro completo los muestra a ellos y a la tía Pilar despidiéndolos con las manos, a su madre arrancando el auto mientras le pregunta si quiere otro helado y a él mirando cómo atraviesan el jardín hacia la calle 62. Entonces el cuadro cambia y ahora sólo están él, su madre y Elvis cantando por la 62. La tarde aún tiene sol para dos horas, pero el viaje nunca dura más de cuarenta minutos. Su madre y Elvis hacen un dúo perfecto, él los acompaña de a ratos. Le gusta más escucharlos mientras mira a su madre, que cada vez está más linda, cada vez canta mejor, cada vez la quiere más.
Quizás, si la hubiera mirado menos, habría visto al conejo cruzar la ruta o al pájaro volando hacia el parabrisas, pero todas las veces sólo la mira a ella y todo se hace agua muy rápido, agua y algas y mamá apresada en el asiento con la cabeza partida al medio. Mamá y sangre, mamá y miedo. Él trata de sacarla, pero su cinturón no cede; trata de despertarla, pero no puede; trata de respirar, pero no quiere. Entonces, nada. Sus brazos se alzan para empujar el agua con toda la fuerza de la que es capaz un niño de siete años, pero sólo hace burbujas que mueven las algas y la tierra que borra a mamá antes de que él pueda alcanzar el aire, la superficie, la gente, la vida. Mamá reaparece entre el cansancio, lo besa con esos labios que tanto le gustan, lo abraza, lo aprieta fuerte contra ese cuerpo ahogado como su cuerpo.
La segunda muerte también llega en auto, que no es ni rojo ni convertible. Es el Taunus celeste de su hermano. Esta vez, el que conduce es él, mientras su hermano le alcanza la quinta cerveza de la tarde. Anochece y van hacia el mirador del este para encontrarse con los pibes. Suena el lado B del casete, raja el aire la guitarra de Eddie Van Halen. Aprieta el acelerador, la música lo pide, su hermano lo pide golpeando el tablero. Y entonces sucede, la lata se le cae y le moja la pierna derecha, pisa mal el acelerador justo cuando su hermano enloquece y saca medio cuerpo por la ventanilla. Pierden el control sobre la curva que delinea el precipicio. No hay tiempo, no hay margen, y la tierra como el agua se hace aire, y tierra de nuevo, y luego fuego.

Esta muerte es rápida, llega de golpe, como esa ráfaga de viento que deshojó los árboles del otro lado de las rejas. Ya la conoce, la sintió otras veces: irreversible, certera, mezquina. Esta madrugada, sin embargo, viene más negra que nunca. Le horada la culpa, le escupe recuerdos, le enquista los miembros, le eriza la piel, y en el núcleo del miedo, le susurra, severa: “mañana te juzgan y vuelvo por vos”.

sábado, 3 de agosto de 2013

H. XIX

(19)

Extenuada se tira al mar.
Salpica diarios, ensayos,
críticas literarias. Se hunde
en uno de sus pozos,
como un cuadrado blanco,
como un mito,
entra al canon.

H. XVIII

(18)

La espera no es más que tregua,
no la desalienta esperar,
no la esperanza.
El riesgo de un destrozo más
la retiene y la espanta.
Tendré que esperar, se dice,
y se repara.

H. XVII

(17)

Parece comenzar todo con púdico cuidado,
pudiendo acceder al hado, pudiendo romper
los bordes, pudiendo rasgar los velos
(insta la mano, pobre, puño cerrado).

Parece impedir la letra,
el rumbo del canto que deja ralo,
se exige seguir la recta y un círculo traza su paso.
Parece ser que no es:
audaz, hacedor innato, renuente al deseo es
uno más entre otros tantos.