La forma de la vela cede al capricho
posibilidades de construcción casi infinitas.
La llama vuelca su cuerpo
una vez hacia un lado o hacia el otro
sin consentir la ruta del pabilo.
Entonces el derrame del lago
que estuvo reteniéndose en la cúspide
recorre la ladera, la esculpe, la transforma.
La llena de cordones y en el pie
da origen a una meseta o una montaña.
Así imaginó Dios el mundo,
recreándose a sí mismo
casi constante, así lo quiso,
hasta que cedió él también a su capricho
y creó al hombre.
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