La
siesta abdica sus tierras a la noche,
se
elevan sombras que ayer eran más finas.
Durante
julio las luces son esquivas
y
de la plaza la ausencia se apodera.
Veo
que todo a la quietud cede favores:
los
pasos, los tintes, los rumores;
y
leves ramas de pinos y de ceibos
funden
también su cuerpo a la penumbra.
No
cabe más silencio en las esquinas,
profunda
y densa es la calma, no se altera,
bate
sus alas La Forma
y se aproxima,
a
los que sueñan misterios les revela.
Inquieta
me alejo de la cama,
algo
aparece, escucho que se mueve,
anda
despacio, se esconde tras un mueble,
advierto,
alivio consecuente,
que
es pequeño, que llora y que me teme.
Consiento
tres pasos tras su sombra,
detengo
la vista en sus cabellos,
sus
hombros a otros se parecen,
sus
manos repiten otras líneas.
Resiste
mi presencia, huir intenta,
no
encuentra su rincón, se paraliza,
de
espaldas le descubro en la negrura:
mi
otro yo abatido se derrumba.
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