Se me van los
recuerdos de ese suelo
y con ellos
un poco me voy,
un poco me pierdo.
Y quizás
yo tampoco quiero
perderme de a poco
en este tiempo.
Primero fueron los
olores.
Aquel perfume
dulce y viejo
que moraba en un tapón
de frasco sin
cuerpo.
El olor de la
tierra y de los troncos,
de las flores del
jardín de casa,
el olor de mi
cuarto, de mi cama.
No hay olores de
toda esa pequeña infancia.
Tampoco junto las
piezas del barrio donde vivía,
el dóberman de la
vuelta, los gatos de la vecina.
Había extremos y
aridez en las aristas
tierra y cemento
helado, ñires
barbados, lejos,
y mucha sal en el
viento —ese sabor sí que había.
Se me van los
recuerdos,
qué ironía,
tanto quise que se
fueran
y hoy me extraña
como si pesara la
ausencia
este estarse
vacía.
Con la barcaza se
aleja,
mi niñez
de isla.
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